La Patata Tórrida


¿PUEDE HABER EN EL MUNDO ALGO MÁS DESPRECIABLE QUE LA ELOCUENCIA DE UN HOMBRE QUE NO DICE LA VERDAD?
Thomas Carlyle


Arriendo Departamentos en Valparaiso

domingo, 13 de noviembre de 2011


HOMENAJE A MATTA   1911-2011






Cenando en el Crillón.

Original de Gonzalo Ríos A. En versión resumida, fue acreedora a premio masivo consistente en libro memorial del Museo Nacional de Bellas Artes en el Centenario de su fundación, 1910-2010.


En un gesto de action painting, recurrente en estos días, los jóvenes brigadistas pintaban las nieves de la cordillera llenos de coraje y emoción, entusiasmados con mi presencia. La mayoría ni me conoce, pero se nota que les han hablado de mí. Unos tratan la nieve con las manos embetunadas, otros lanzan los blancos de plomo directo desde sus vasijas, pero con tanto talento que, en su homenaje, guardé un silencio que anoté cuidadosamente en mi libreta de notas. La pintan blanca porque se la saben de memoria.
Es la segunda vez que salgo con ellos y me tapan a preguntas. Les digo que somos un ejército de colores y que debemos sacarle partido al talento. Cada chiquillo se hizo cargo de un color determinado y yo los llamaba a gritos. ¡Azul! Y no siempre era el azul que yo deseaba, entonces tenía que usar el verde en vez del azul. En este trasvasije las banderas rojas salían azules, pero me conformaba, porque les insuflaba ese humor poético capaz de despertarlos para ver ciertos aspectos; o necesitaba el rojo y el rojo no estaba a mano y tenía que echarle una puteada. Lo primero que les dije fue que su habilidad debía ser descubrir las relaciones que hay en cada cosa y no perder detalle de cuanto fenómeno enturbie el mundo en que uno vive. Descubrir ese espacio que tiene múltiples manecillas. El amarillo me preguntó entremedio a qué hora íbamos a comer; y otro me preguntó del mensaje, y le dije a éste que, si una persona quiere contarnos dónde y cómo le duelen las relaciones humanas, debe superar el miedo y lo dice no más.
             Cuando los apuraba, recordándoles que iríamos al Crillón, un estallido corto y veleidoso, salpicó la calle justo debajo de la pintura aún chorreante que declaraba “venceremos”. Asustados, nos apiñamos en la oscuridad, hasta que de improviso se apareció una mujer. Es la mamá de Miguel, el más pequeño de los brigadistas. Viene de la esquina opuesta, por eso no se ha percatado de nada. Le trae un termo con leche caliente y unos panes amasados con olor a levadura. “Ayer no lo dejaron pasar en el Crillón” me dijo ella, “no probó bocado hasta que me lo dejaron en la casa”, agregó en un reproche.
Pero, allí está eso que se desplaza con sus luces apagadas. Una manchita negra rodeada de hilos arañescos es toda su subliminal expresión, y les digo a todos que corramos, que salgamos de allí. Asustada, la mujer agarra a Miguel, y la noche se llena de luces que se abren como cristales de colores, y nosotros arrugamos el espacio para alcanzar la luz que se nos escapa de los dedos. Entonces, la madre Tierra estrujó las aguas calmas de la compasión y las vació en el cráter del volcán más cercano y lo redujo a una gelatina incandescente de la que floreció una plaza llena de puntitos amarillos que se besaban y bailaban como luciérnagas; como abrir el cubo y encontrar la vida.
Finalmente, cruzamos la ciudad contenidos pero satisfechos. Al momento de llegar al Crillón, la madre de Miguel no quiso aceptar mi invitación y se quedó parada con su orgullo y con su termo en la puerta del hotel, en plena calle Agustinas. Algo le dolía en su afectividad. Podía soportar que su hijo comiera a gusto en ese ambiente de ricachones, pero nunca sentarse ella en medio de esos señores fruncidos que parece que huelen caca todo el tiempo. Me imagino que la otra noche Miguel se retrasó un poco y en la portería un troglodita se vengó de la brigada. Esta vez estaré atento, con eso basta.
            Ellos comieron bajo la mirada despreciativa de un par de mozos con librea blanca. Lo hacían rápido, en medio del torpe manejo de los utensilios y el trepidar gástrico de un tragar bárbaro, pero  exultaban, y eso yo lo agradecía.






miércoles, 28 de septiembre de 2011

EL FUTBOL: MITO Y SEXO

¿Sabías tú que, el fútbol es un juego erótico y el sexo su objetivo central?

¿No? Pues, dalo por cierto, porque desde el principio los ingleses concibieron la cancha de fútbol como el gran escenario elegido para la realización sexual, en cuyo desarrollo, la pelota representa el sexo femenino y el botín de fútbol, el masculino. Así, durante 90 agobiantes minutos, todo el mundo quiere patear la pelota, en tanto el árbitro, que es una especie de voyerista, se esfuerza por que nadie haga trampas con las manos. Entre sus reglas, el arco es el recurso que tiene el sexo masculino para alcanzar el orgasmo. Por eso todos desesperan por hacer goles; y el arquero, que tiene la facultad de tomar la pelota con las manos, sin restricción, es el minotauro de dos cabezas que no quiere que nadie sea feliz. Es la conciencia castiza y eunuca del mundo, que fastidia a los hombres, uno en cada extremo de la Tierra. El ceremonial sexual se realiza con la asistencia masiva de ciudadanos comunes que, en un dos por tres, se convierten en trogloditas. Este espécimen, convertido en animal vocinglero, participa cada cuatro años, de un carnaval sadomasturbatorio, que tiene la virtud de relegar a la familia a un segundo plano, durante un mes entero ¿Qué tal?

martes, 3 de mayo de 2011

Adiós a mi perro

 


Aun cuando en rigor, mi perro Wilber que así se llamaba,  pertenecía a mis dos hijas menores, Lía y Laura, que lo recibieron en casa cuando el cachorro tenía dos meses de edad, yo terminé siendo su amo en el sentido de su dependencia, subordinación canina  que acepté sin siquiera percatarme de su significado. Mirando hacia atrás, y considerando que la relación de ellas con Wilber se extendió desde su niñez, pasando por la preadolescencia, hasta que alcanzaron la mayoría de edad, descubro que la mía con el can no fue menos intensa. En todo caso, tener a nuestro perro fue un camino casual, largo, generoso, que nos enseñó a amar la inocencia de aquellos que nos quieren sin fingimientos ni ambigüedades. Confieso que nunca había experimentado esta clase de vínculo hombreanimal, en que la vida de uno, como persona,  se entrecruza con la vida de otro que no es precisamente del género humano, y que mientras alcanza el empoderamiento como perro de la casa,  lo termina a uno avasallando en su voluntad, al principio, y en su corazón  por el resto de la existencia. Esto nos dejó mi perro que acaba de morir de viejo. Y eso es lo que precisamente me pasó a mí con esta criatura. A contrapelo del exótico nombre que ya traía cuando llegó a nuestra casa, entre lord inglés y cantante de rock, era un quiltro bueno y dócil del que nunca nos preocupó su ascendencia. De joven, siempre lució una mirada dulce, transparente y luminosa que contrastó con la solidez de su andares, siempre atento a interpelar lo desconocido. Me acuerdo de sus humildades, de sus silencios. De sus devociones, comer carne sin miramientos de ninguna clase; de sus fijaciones, como la de orinarse sobre las ruedas del auto estacionado en el cobertizo, o tomar el sol echado en la frontera con nuestros vecinos, lo que le costó manguerazos y remojones, como el que éstos  le propinaron un día antes de su muerte, haciendo caso omiso de su vejez. Lo vine a saber cuando le curaba una herida rebelde la tarde anterior. Tenía su cabecita con los pelos erizados, empapados hasta el lomo. También, cómo no recordar sus entusiasmos en los días de fiesta, alrededor de un asado; y sus descuidos de gula,  como el que lo llevó hasta un quirófano para extraerle de urgencia un bife más grande que su garganta. Sus bravuconadas detrás de la reja que defendía a rajatabla de los extraños. O sus tendencias clasistas cuando debía interpelar a un desconocido mal vestido o de apariencia extravagante.  Sus aventuras sentimentales, como aquella que lo llevó a perderse de la casa durante más de 20 días en período de celo perruno. Esa vez, ya perdidas las esperanzas de recuperarlo, y cuando muchas lágrimas alargaron las noches de mis hijas, él nos encontró. Desde lejos pudo reconocer el auto de la casa que, conducido por mí, y cargado con mis nietos Rodrigo y Sebastián, avanzaba accidentalmente en su dirección por una calle de la comuna; y él se las arregló para que lo viéramos, decidido a no malograr la oportunidad. Para ello se asomó a la esquina, muy cerca de la solera y se largó a ladrar como condenado. Cuando nos detuvimos, y el Seba le abrió la puerta, se abalanzó sobre mí, aplastando el volante. Acezaba de contento, como si hubiese encontrado la teta perdida de su madre olvidada. Venía herido y tuvo que ser operado por un doctor de perros ese mismo día. Después de aquello, nunca más se alejó de la casa;   hasta el día en que nos dejó para siempre.  Un pedazo de cada uno de nosotros se fue con  él en la madrugada del jueves santo. Viejo y enfermo se acurrucó en la víspera directamente sobre la tierra mal empastada de nuestro jardín. Desde mi óptica humana estaba muy triste. Había pasado todo el día rechazando los alimentos y casi no bebió agua durante toda la jornada. Una herida ponzoñosa sobre su cara se había sumado a su sordera total y a una ceguera parcial que no le impedía reconocernos. Ya no se sostenía en sus patas, las que al menor esfuerzo se le doblaban penosamente como un viejo sin bastón. Tarde en la noche, Laurita, viéndolo acostado en la tierra, lo tomó en brazos, y contra la voluntad de él como pudimos comprobarlo más tarde, lo trasladó al abrigo de su lecho, en el rincón más protegido del patio. Allí lo dejó luego de curarle su herida de la mejilla; con un diagnóstico tan desalentador que acordaron con su hermana Lía, traerle un doctor para que lo ayudara a bien morir el día siguiente. Ellas se acostaron entristecidas por la suerte de su perro, y la noche transcurrió helada y sin estrellas. Yo sabía que Wilber agonizaba, de modo que, apenas me levanté, muy temprano y aún a oscuras, me bastó con correr el visillo de la ventana de la cocina para comprender que, en definitiva, algo había trastornando el orden estelar. No estaba donde lo había dejado mi hija. Un misterioso atavismo lo hizo caminar  en la madrugada hasta el mismo sitio de donde lo había recogido Laurita, la noche anterior, y que había elegido  para morir… ¿cómo lo hizo? De cierto que la muerte tiene sus ritos y misterios aún no develados del comportamiento de las especies. Me hizo sufrir la idea de que murió solo, pero lo intelectualicé como una idea equívoca y ajena a la naturaleza de los animales. Sin embargo, ofuscado, algo insistía en mi mente diciéndome que la soledad de su gesto era una profunda injusticia de la creación. Por algo teníamos con mi perro un entendimiento que superaba la mera articulación psicológica de nuestras voluntades. Me asaltó la  peregrina idea de que si yo lo hubiese adelantado en su desaparición, la criatura me habría llorado como lloran los perros a sus amos. No sé si ladrando en las noches o juntando esos silencios que se arrebujan en los patios de las casas cuando los viejos duermen; esto bastó para que justificara todas mis penosas especulaciones. Le tomé la cabeza y le palpé el cuello. Lo hice con ese cariño que se prodiga a quienes no volveremos a ver; consciente de que su ausencia tardará mucho tiempo en aceptarse, y que de acuerdo a nuestra cultura científica y filosófica, los perritos carecen de asignaciones paradisíacas, y que sus adeenes no les sirven para nada, como nos sirven a nosotros cuando queremos exigir derechos circunstanciales; o que es falso que todos se van al cielo. Pero el dolor de perderlo no se calma con adeenes ni cielos para perritos. Mis hijas me lo confirman a diario cada vez que un recuerdo suyo asoma a nuestra memoria.




domingo, 27 de marzo de 2011

Obama: la muerte de un mito.

Barak Obama en Chile
marzo de 2011
Muy semejante a la creencia popular de que, con la ascensión de un Papa negro al trono vaticano, el mundo deberá enfrentar cambios extraordinarios - si no, el principio del fin -, así también, la llegada de un hombre  negro a la presidencia del país más poderoso del mundo, en la persona de Barak Obama, creó  el supuesto de un trastorno poco menos que revolucionario, e instaló el espejismo de nuevos espacios para las minorías,  especialmente en el encuentro  del coloso país, con los pueblos al sur del río Grande.  Mientras  el primer supuesto está rodeado de supersticiones, el caso del político negro convertido en presidente de los  Estados Unidos de América, no pasa de ser un episodio anecdótico para diletantes o aficionados a las paradojas políticas y culturales. Lo demostró su visita a nuestro país, donde después de un descomunal y desacostumbrado aparataje de seguridad  y 20 horas de discursos y homenajes, no ha quedado nada que pudiera  considerarse más trascendental que otros episodios del pasado, con los mismos protagonistas. Quizá si la cima más alta alcanzada por una idea suya en Santiago, haya sido la frase: “La democracia no se puede imponer desde afuera, tiene que ser desde el interior”. Idea completamente revolucionaria, viniendo de un político estadounidense. Sin embargo, los chilenos pudimos constatar que el presidente norteamericano, más allá del color de su piel,  es el remedo de la política tradicional de Estados Unidos con los países del sur, donde se cuidó de venerar la seguridad, de promover la colaboración económica,  aparte de reconocer verdades tan obvias como que en nuestra región “perduran abismales desigualdades” y “el poder político y económico con demasiada frecuencia está concentrado en las manos de pocos”; y se preocupó de exaltar hábilmente (por omisión) el desdén para con los rebeldes (Ecuador, Venezuela y Bolivia), poniendo en tela de juicio el respeto por lo distinto y por la independencia de los pueblos.  Al revés, su presencia viene a reeditar el modus operandi tradicional de la política norteamericana hacia sus vecinos del sur. Hijo de madre blanca, hay que reconocer que Barak Obama no es un negro comprometido con la raza negra de Harlem. Antes lo es de la clase culta norteamericana; y él mismo es parte del poder de la maquinaria burguesa estadounidense. Formado en su seno, tiene las mismas obligaciones fundamentales de un blanco: respetar el status  vigente y luchar por mantener la hegemonía de su país en el mundo. Pero al revés de su antecesor, es justo reconocer que  trajo consigo un arma vieja y noble como es la palabra, de modo que, por lo menos, en términos relativos, le ha devuelto la serenidad   de acción al cargo de Presidente de los Estados Unidos. Mal informado y desconocedor de la sensibilidad de los chilenos sobre la cuestión de los derechos humanos,  al ser preguntado por su posición respecto de la colaboración de su país en las investigaciones sobre el presunto asesinato del ex presidente Frei Montalva, y de la muerte de Salvador Allende, ni  siquiera se la jugó por los matices, sino que simplemente nos informó de la conveniencia de dejar atrás esas dolorosas experiencias y centrarse en el  presente. Quizá si las minorías raciales y los pueblos originarios, esperaban que asociase  esos derechos a los suyos, y los propusiera como tema de redención en todo el hemisferio (¡oh,  decepción!). Aquel desliz constituyó sin duda una flagrante e incómoda contradicción, puesto que, abogando por una nueva era de alianzas, se manifestó por la democracia y a favor del respeto de los derechos humanos. Obviamente, cayó en la trampa de saltarse un paso obligado para hacer  viable tal pretensión: que no hay cultura ni aprendizaje de derechos humanos posible,  sin la memoria permanente de los crímenes de lesa humanidad. Pero, Obama es parte del sistema.  Llegó al gobierno precedido de una impronta asaz cautivadora para las masas; capaz de soltarse la corbata y desabotonarse la chaqueta, para ofrecerle a esa muchedumbre de negros, latinos y caucásicos, que finalmente le dieron su voto, promesas incumplidas, como rejuvenecer la política vieja y trasnochada, con olor a pólvora  del hombre blanco; o regresar la política estadounidense, de la  vejez a la juventud. De hecho ofreció la realización de un sueño imposible: una especie de reconversión  para abrazar la limpieza de procedimientos en sus relaciones internacionales. Algo así como recuperar la inocencia, después de la gestión de Bush. Pero, ¿qué ha quedado para nosotros detrás de esta visita? Nada que no sea una sensación de frustración y sentimientos de duda.

miércoles, 2 de marzo de 2011

John Galliano, un necrófilo de estirpe moderna. Expulsado de la casa Dior por sus declaraciones antisemitas.



El notable artista inglés, empleado reputado  de Dior,  es el prototipo perfecto del necrófilo descrito a partir de las teorías freudianas  de la primera mitad del siglo XX, y las innovadoras experimentaciones de Eric Fromm  años más tarde. John Galliano, amante de la muerte  y de sus ejecutores más violentos (léase su amor por Hitler), padece, sin duda, de un desarreglo psíquico que lo coloca en un rango potencialmente peligroso  para el normal desarrollo de la convivencia civilizada. No en balde, el diseñador fue sorprendido diciéndole a dos mujeres francesas, a las que, presumiblemente, tomó como judías: "Gente como ustedes estarían muertos hoy - sus madres, sus antepasados serían metidos a la cámara de gas". A esto se agregó un video en el que asegura “adorar a Hitler”, lo que trajo una explosión de reacciones  en su contra  que terminó con su despido definitivo de la casa de alta costura Christian Dior.
Probablemente, una auscultación rigurosa sobre la personalidad de Galliano, nos daría la clave del origen de sus devaneos racistas.  Debido a que negó tajantemente sus dichos antisemitas en un café parisino, circunstancia en que algunos testigos aseguraron que estaba algo ebrio, parece ser que este hombre iluminado del arte, tendría una nebulosa mental que lo haría olvidar sus agresiones verbales con la misma facilidad con que oculta su verdadera naturaleza, al amparo de su formidable capacidad creadora. Es notable comprobar cómo este necrófilo posee todas las características que dibujan la enajenación de los amantes de la muerte, tales como los dictadores o asesinos más crueles. Si bien es cierto, este hombre no ha cometido crimen alguno, lo concreto es que si no fuera porque transforma sin saberlo, sus energías destructoras en un desborde generoso de acción productiva, es probable que bajo otra condición ciudadana lo viéramos enarbolando pancartas contra los inmigrantes o encabezando movimientos fascistas en cualquier calle de Europa. Desde luego, siguiendo la interpretación de los psicoanalistas, y los códigos de la necrofilia, su color favorito es el negro; amante del orden hasta las últimas consecuencias, su arte se basa en  los datos  que ostentosamente le ofrece la antigüedad clásica. Como genio del diseño de la alta costura, su amor por el retrato de los períodos históricos, constituye el sello de su estilo, que mira al pasado como si quisiera levantar a los muertos de sus tumbas. Tiene un amor genuino por la belleza física, la que él contrasta violentamente con la fealdad concurrente de un entorno normal, y a la que es capaz de rechazar en público. Posee un rostro severo y ceñudo que se expresa en una constante mueca de desprecio que, inequívocamente, transita hacia el fastidio, como si estuviese oliendo heces. Así, y vistiendo de negro, se presentó a la policía de París la mañana que fue detenido por sus declaraciones antisemitas. Bien, todos estos elementos descriptivos de la personalidad de John Galliano, concurren a la exposición de lo que los psicoanalistas denominan necrofilia, a la que se suman el narcicismo y una suerte de fijación incestuosa en la madre. Aunque dichos elementos pueden estar adormecidos en el artista, conforman una aproximación psicológica inexcusable. Las crónicas dicen que su  interés por la moda nació bajo la insistencia de su madre  – el hilo conductor de una estructura anómala-, una andaluza  llamada Anita, que se desvelaba por que su hijo vistiera de modo impecable los días domingo; y que luego, lo llevó a elegir su destino como diseñador, con todo el peso de su influencia. El supuesto narcicismo estaría demostrado en el deleite que le provoca  a Galliano, su propia obra como espectador en las pasarelas, en un acto  maravilloso de transposición de su ego. Eso sugieren las escasas noticias sobre su desarrollo como persona, lo que apenas alcanza para dibujar el enigma de una estructura mental que hoy, no constituyendo una rareza, nos perturba –y nos asusta como ciudadanos del mundo.

NataliePortman, rostro de Christian Dior, ganadora 
de un Oscar a la mejor actriz en Black Swan, asqueada,
aseguró: "No me asociaré al señor Galliano de ninguna
manera".

lunes, 14 de febrero de 2011

Charles Dickens y la estatua que no quería.


Charles Dickens dejó muy claro, antes de su muerte que las estatuas en recuerdo de grandes personalidades le parecían “abominables” y pidió expresamente que nunca se erigiera una en su memoria. En carta fechada en 1864 dice que sentía “escalofríos ante la idea de una estatua o de un grabado” con su imagen. Cosa extraña si recordamos que en vida se hizo retratar por Maclise a los 27 años. Este retrato se encuentra en la National Portrait  Gallery, y habla a las claras de que Dickens carecía de alguna especie de fobia icónica. Por tanto, se podría especular que, atendiendo a su espíritu expansivo y alegre, su pathos correspondía plenamente a la de un biófilo sin concesiones, enemigo declarado de lo inanimado y lo inorgánico…. ¡y qué más inorgánico e inerte que una estatua! Para mayor abundamiento, en su testamento de 1869, escrito un año antes de su muerte, fue tajante: “Pido a mis amigos que eviten que yo sea el protagonista de cualquier tipo de monumento o placa conmemorativa en ningún lugar”. Sorprendentemente, y contrario a sus deseos, el Ayuntamiento de Portsmouth, en el condado de Hampshire (Sur de Inglaterra), donde nació el escritor, proyecta inaugurar una estatua en su honor el 7 de febrero de 2012, cuando se cumplirán 200 años de su nacimiento.
En vista de la controversia generada por esta decisión, no sería inocente abstraernos del fondo de la cuestión –que es económica- y reparar, como buenos lectores y admiradores de Charles Dickens, en las razones que lo habrían llevado a tal renunciamiento, y cómo y cuándo se habría gestado en la mente del autor. Tal vez la explicación yazga en su propia obra que, no es sino, el resultado de los espectros que lo acompañaron en el trayecto de su vida. Como un hecho crucial: el haber presenciado la muerte de su cuñada Mary Hogarth (a quien amaba verdaderamente)  y ver su cadáver frío e inmóvil durante suficiente rato, como para extraerle un anillo de una de sus manos, y conservarlo en la suya hasta su propia muerte. Esto lleva a pensar que, no podía menos que rechazar de plano, la atroz circunstancia de verse convertido para la posteridad en una figura de granito, fría e inerme, más allá del tiempo. Porque ¿qué es sino una estatua? Simplemente, la representación más fuerte del poder de un hombre famoso, en un momento de la Historia de la cultura; probablemente desconocido y extraño para la masa ciudadana a la vuelta de cientos de años; cuya sombra es capaz de menguar la autoestima del hombre común, en alguna esquina de una gran ciudad. Es sugestiva su democrática frase: Hay grandes hombres que hacen a todos los demás sentirse pequeños. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes.

domingo, 13 de febrero de 2011

PRONTA INAUGURACIÓN

ESTAMOS CONSTRUYENDO ESTE BLOG.
CUALQUIER MOLESTIA QUE LE PODAMOS ESTAR CAUSANDO POR ESTE MOTIVO,
LE ROGAMOS QUE NOS DISCULPE.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Nuevo logo: imagen y cercanía en pugna mediática



A propósito de la nueva imagen pública que ha dado a conocer el gobierno de Chile, y con el ánimo de despejar las dudas que campean alrededor del uso de nuestros símbolos patrios, creo que es muy saludable detenerse en el análisis –aunque somero- de tal solución mediática.
Naturalmente conscientes de que sus creativos debieron haber consumido muchas horas en ese quehacer fundamental de elaborar una imagen que, mal que mal, colmará nuestra paciencia todo el tiempo que resta del  actual gobierno.
Para abreviar, y como dijo una amiga mía muy lúcida en cuestiones de imagen, y por supuesto, sin el ánimo de menoscabar nuestros símbolos patrios, el escudo nacional es un emblema que  ha sido prohijado por la clase dominante, según lo acredita nuestra historia republicana; al revés de la bandera, que la enarbola sin aprensión alguna, cualquier ciudadano con o sin casa, o con deseos de celebrar algún triunfo en la calle o en su propio hogar. Se podría decir, a la luz de la historia reciente, que el escudo es la firma del autoritarismo y la bandera la rúbrica de nacimiento de la chilenidad democrática.
No se puede olvidar que el escudo nos retrotrae a la obscena oscuridad de la dictadura, época demasiado cercana en que los blasones valían más que la vida de un hombre, y el orden se imponía a cuchillo.Tampoco se puede obviar que el mensaje explícito de nuestro escudo hace prevalecer la fuerza sobre la razón. Por eso llama la atención que los gestores y creadores de esta nueva imagen, le arroguen a ésta una funcionalidad que no tiene de ninguna manera, como es su presunta capacidad de concitar la unidad y la cercanía entre los chilenos.
Con estos datos, proporcionados tan pomposamente por los creativos al momento de la inauguración de la nueva imagen, uno no puede menos que plantearse la posibilidad de estar equivocado, y que al entregar nuestra impresión estemos cayendo en parcialidad culpable, puesto que en todo producto mediático late un fondo de irradiación psicológica, cuya ausencia no se compadecería con la cultura del mensaje. Por eso, poniendo atención a sus significancias reales, y luego de desechar la unidad y la cercanía como fines presentes en el mensaje subliminal, estamos dispuestos a concederle parte de los objetivos pretendidos. En  efecto, la nueva imagen de la Presidencia de Chile constituye un llamado a sus fieles para que se comprometan con la nueva derecha y sirvan con eficiencia la nueva forma de gobernar. En cuanto al uso llano de los colores y la pesada obviedad de sus significados, mejor ni hablar. En todo caso, es una imagen a la medida del gobierno de don Sebastián Piñera.
Publicado en elquintopoder.cl el 29 de noviembre de 2010.